
Es sabido que un gran shock, una experiencia muy tensa o traumática, un miedo enorme o la vivencia de una situación altamente impactante pueden provocar mareos, sudoración, vértigos, palpitaciones e incluso el desmayo. Se llama síndrome de Stendhal, o cuando la belleza te hace desfallecer.
Esto es debido a que se experimenta una emoción tan titánica que llega a alterar nuestras funciones vitales y a forzar nuestros recursos hasta el extremo de que se agotan.
Obviamente, se trata de casos en los que se ha experimentado una experiencia sumamente negativa. ¿Pero es posible la situación contraria? Es decir, ¿podemos experimentar este patrón de síntomas ante la vivencia de algo sumamente positivo?
La respuesta reside en el síndrome de Stendhal.
¿Qué es el Síndrome de Stendhal?
El síndrome de Stendhal es un episodio en el que una persona experimenta palpitaciones debidas a un elevado ritmo cardíaco, vértigo, sudoración, confusión y/o temblor cuando es expuesta a estímulos que considera en exceso bellos.
La mayor parte de las personas que sufren el síndrome de Stendhal lo hacen tras comparecer ante obras de arte o algo que consideran especialmente bello. Por lo general, es más frecuente si la estimulación ha sido masiva que única. Es decir, es más probable experimentar el síndrome de Stendhal cuando se visualizan muchas obras de arte seguidas, o a la vez, que con una sola.
El síndrome de Stendhal no viene recogido en el manual diagnóstico DSM, ya que no se trata de una patología o de un trastorno, sino de un episodio.
Si quieres saber más sobre el DSM, visita el siguiente enlace:
Este síndrome, además, no tiene nombre de escritor francés por casualidad, ya que fue descrito por primera vez por Stendhal en el siglo XIX, que narró su experiencia tras la visita a la basílica de la Santa Cruz en Florencia, Italia.
¿Por qué ocurre el síndrome de Stendhal?
El síndrome de Stendhal se produce porque una persona se expone a una cantidad desmesurada de estimulación, la cual le provoca una intensidad emocional de imposible asimilación.
Es similar a lo que ocurre cuando soportamos mucho miedo o una experiencia altamente impactante. Es decir, se trata de la vivencia de un evento traumático, pero a la inversa. De este modo, una gran cantidad de estímulos maravillosos para la persona que los contempla la saturarían hasta provocarle esta condición. Se produce, pues, una especie de desfallecimiento ante lo hermoso, un opuesto al ataque de pánico.
Si quieres saber más sobre el ataque de pánico, visita el siguiente enlace:
El síndrome de Stendhal es individual e intransferible. La belleza es algo subjetivo. De este modo, ni todas las personas son susceptibles a padecerlo, ni el grado de impacto o los estímulos causantes del mismo son similares.
¿Es peligroso?
El síndrome de Stendhal no entraña más peligro que el de un mareo por el que se puede caer desmayado y golpearse.
Es decir, no es grave en sí mismo si consideramos que son muchas las causas por las que las personas pueden perder el sentido, por ejemplo, una bajada de azúcar y/o de tensión.
¿Cómo podemos prevenirlo?
El mejor modo de prevenir el síndrome de Stendhal es no someterse nunca al visionado de cosas que consideremos en exceso hermosas. Esta fórmula sería similar a enunciar que el mejor modo de no tener nunca un dolor de cabeza es no tener cabeza.
Obviamente, el síndrome de Stendhal no se puede prevenir. No obstante, se trata de una condición no muy frecuente, la cual, paulatinamente, tiende a desaparecer de la clínica.
La llegada de las nuevas tecnologías de la comunicación e información han provocado que las personas estemos más acostumbradas a la sobreestimulación.
En épocas en las que las fotografías eran privilegio de los adinerados (y su calidad no era de alta resolución, precisamente) y no existían televisores ni ordenadores, la única oportunidad de ver una obra de arte era ir a visitarla. Realizar un viaje entonces era algo costoso en tiempo, esfuerzo y dinero, por lo que tampoco era muy frecuente entre la población normal. Esto se traduce en que eran pocas las oportunidades y pocos los privilegiados que podían permitirse ver in situ una obra de arte. Y seguramente lo harían una única vez en sus vidas, lo cual les provocaba este gran impacto.
Este tipo de experiencias han sido relatadas en otros contextos, como en personas que han visto por primera vez el mar y se sienten desfallecer o desmayarse ante la inmensidad que contemplan. Obviamente, se trata de personas de generaciones pasadas, las cuales no habían visto el mar ni en fotografías, ni en televisión ni en otro tipo de imágenes, y únicamente conocían la existencia del mismo por los relatos de otros.
En conclusión, el síndrome de Stendhal, propio del movimiento romancista, está condenado a su extinción. Circunstancia ésta más positiva que negativa, en cuanto indica que el acceso a las obras de arte, el mar u otros estímulos de gran belleza están al alcance de todos, incluso aunque no sea in situ.
No obstante, no significa que alguien pueda padecer un episodio del síndrome ante el bombardeo de estímulos de gran belleza, como en la visita de un museo o la exposición de piedras de granito y mármol a la hora de elegir la encimera para su cocina.
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