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La cocaína no necesita presentación, se trata de una de las sustancias psicoactivas más notorias en nuestra sociedad. Y es que la cultura popular ha hecho de la cocaína un referente en lo que a drogas se refiere.
Pero el rol de la cocaína en nuestro entorno no fue siempre este. La carrera de la cocaína no comenzó en el mundo de los narcóticos. De hecho, su rol social fue de más a menos: medicamento, elixir, refresco y, por último, droga ilegal. Un final desafortunado para una sustancia que fue creada para ser el fármaco milagroso.
Si quieres conocer más sobre la cocaína cono fármaco, continua leyendo.
Un descubrimiento para la farmacología
La planta de coca (Erythroxylon coca) ha sido y es utilizada con fines terapéuticos, ya que es efectiva para tratar afecciones del sistema nervioso central, patologías cardíacas y tiene, además, propiedades anestésicas y analgésicas. Asimismo, es uno de los medios más utilizados para tratar el mal de altura en muchos países de América del Sur.
La cocaína es un alcaloide de la planta de coca y fue aislada por primera vez en 1859 por el químico Albert Niemann. Posteriormente, en 1882 se comenzó a utilizar como medicamento, sobre todo para tratar el dolor o afecciones dentales en niños.
Pero no fue hasta las investigaciones de Sigmund Freud, en 1884, cuando la cocaína cobró verdadera importancia, ya que, además de un analgésico eficaz, servía para el tratamiento de diferentes trastornos mentales, como la depresión, y como remedio para la adicción a la morfina. Asimismo, esta sustancia tenía un efecto beneficioso para tratar todo tipo de fatiga y/o cansancio en general.
Si quieres conocer un caso sobre el uso de la cocaína como remedio para la adición a la morfina, visita el siguiente enlace:
De este modo, la cocaína se convierte en un súper medicamento, una fármaco para todo que, como ocurrió con otro tipo de medicamentos como la heroína, no parecía provocar adicción ni efectos secundarios.
La historia de una tortura consentida
En 1898, cuando la cocaína estaba en el auge de su carrera, el médico alemán experto en anestesia, August Bier, decidió unirse a la investigación sobre las propiedades de la cocaína. Para ello, pidió la colaboración de uno de sus ayudantes, el doctor Hildebrandt, que aceptó gustoso en pro de la ciencia.
La investigación, a diferencia de las realizadas hasta el momento, con meses y años de estudio y de comprobaciones, se limitó a un único experimento. Bier inyectó a Hildebrandt, por vía intratecal, una solución de cocaína. Es decir, le aplicó la sustancia directamente en la médula espinal, con el fin de que llegase al líquido cefalorraquídeo a través de una punción en la parte inferior de la columna vertebral. La tortura empezaba. Tras siete minutos de espera, prosigue el experimento.
Bier comenzó punzando a Hildebrandt con una aguja en la pierna, lo cual fue descrito como una presión leve, así que le dio pie a clavarle, a continuación, un escarpelo. En este caso, no remitió ningún dolor. Por ello, prosiguió apagando un cigarro, el cual fumaba durante el proceso, en el mismo lugar y le golpeó las espinillas con un martillo. Hildebrandt no emitió queja alguna, por lo que Bier le clavó el escarpelo hasta llegar a perforar el hueso. Asimismo, le oprimió los testículos sin que el sujeto de experimentación sufriese dolor.
El objeto de la prueba era demostrar que la cocaína podía funcionar efectivamente como anestésico, ya que su capacidad analgésica local estaba probada. Para cerciorarse de que cumplía todos los requisitos de un anestésico, y no estaba ejerciendo de analgésico local, Bier le arrancó a su colaborador pelos del pecho, el cual se quejó de dolor. El experimento había sido un éxito.
Eufóricos y entusiasmados ante los nuevos descubrimientos sobre la cocaína, Bier y Hildebrandt fueron a celebrar su éxito con vino y alcohol en una cantina cercana. Ese aspecto de los dos señores al irrumpir en el local tuvo que ser memorable o curioso, cuanto menos. Tampoco se tiene constancia del estado del señor Hildebrandt al día siguiente a la celebración, aunque suponemos que la resaca fue lo de menos.
Esta tortura consentida fue el comienzo de la utilización de la cocaína como anestésico, aunque la carrera de la popular sustancia no fue en aumento, sino en descenso. De súper fármaco, la cocaína, con los años, fue relegada a un ingrediente común en elixires y ungüentos puestos en venta por individuos de dudosa fiabilidad científica, para volver a degradarse como componente de refrescos y, por último, como narcótico ilegal.
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