
La heroína tuvo su edad dorada en España en los años ochenta y tanto fue así que el periódico El País informa en 1984 que “San Sebastián es, en proporción a su número de habitantes, la primera ciudad del mundo en drogadicción y toxicomanía”.
Los que vivieron estos años recordarán que, junto con el aumento del consumo de heroína, se produjo, a su vez, un incremento titánico de la delincuencia. De hecho, se estima que entre 1976 y 1982 los delitos relacionados con drogas crecieron un 106%. No solo fue el narcotráfico el que afloró durante estos años, los atracos y asaltos, por conseguir dinero rápido y relativamente fácil para conseguir una dosis, resultaron ser un habitual en la sociedad española. El índice de criminalidad desbordó a las fuerzas de seguridad españolas, las que tenían que lidiar con una violencia inusual en la historia del país, dado que la mayor parte de las intrusiones criminales motivadas por la droga se acometían con una gran violencia, clausuradas, muchas de ellas, con muertos. Las farmacias, las gasolineras y cualquier negocio en general que moviese dinero estaba expuesto a su asalto. El índice de robos de banco en estas fechas se disparó desmesuradamente al mismo tiempo que aumentaba el número de adictos a la sustancia.
El consumo de heroína fue directamente proporcional al aumento de la criminalidad
Fue tal la incidencia de la heroína en la sociedad española que aparece un nuevo género cinematográfico denominado “cine kinki”, que narraba las hazañas y el modo de vida de afamados delincuentes de la España de los años setenta y ochenta, que se caracterizaba por un tipo de crudeza que difícilmente podría recrearse ya en la actualidad. Un dato curioso es que era habitual que las películas estuvieran protagonizadas por el criminal real que hacía de sí mismo. La mayor parte de estos protagonistas murieron poco tiempo después.
Se comenta que nadie conocía los efectos reales de la heroína, ni los adictos, a los que no se les contó la verdad, ni los sanitarios, que no sabían qué hacer y carecían de protocolo alguno de tratamiento (aun tratándose de una sustancia con casi un siglo de vida) y, por consiguiente, nadie pudo vaticinar qué ocurriría a largo plazo. Las autoridades tampoco tomaron las medidas suficientes y no fue hasta 1985, con el Plan Nacional Sobre Drogas, cuando se comenzó a hacer frente a la devastadora situación ya, por desventura, demasiado tarde. En este escenario fue tal el estrago de la heroína que se acuña el término de la “generación perdida” para referirse a los jóvenes presos de la epidemia.
El Plan Nacional sobre Drogas apareció en 1985
La heroína fue el gran villano de esta década pero no siempre fue así. La heroína fue heroica e hizo honor a su nombre en algún momento pasado de la historia.
Existen pocas diferencias entre una droga, un veneno y un medicamento. La dosis es una de estas diferencias, pero otra mucho más significativa es su finalidad. En este sentido, mientras que los medicamentos tienen un fin terapéutico (es decir, son útiles para curar, mejorar o tratar una patología o síntoma), las drogas tienen un fin recreativo.
Dicho esto, la heroína no hace su debut como droga, sino como medicamento, y fue la farmacéutica alemana Bayer la que la comienza a comercializar en 1895. Se trataba de un derivado de la morfina (diacetilmorfina) que se distribuyó comercialmente con el nombre de heroína por sus efectos heroicos, ya que se trataba de un fármaco realmente eficaz contra la tos, lo cual era de gran utilidad en el tratamiento de patologías tales como la tuberculosis y que, además, calmaba el dolor. De este modo, la heroína pasaba a sustituir a la morfina que se utilizaba para estos propósitos pero con el inconveniente de que causaba adicción y provocaba problemas en el suministro de sangre e infecciones, dada su administración intravenosa, que desencadenaban gangrena. El papel heroico de la heroína consistía en ser el sustituto perfecto sin efectos adversos o indeseables, tal y como anunciaba la publicidad de Bayer: “Heroína: sustituto no adictivo de la morfina”. Posteriormente, la heroína fue igualmente la solución para los héroes, ya que fue administrada para el dolor en los soldados durante la Primera Guerra Mundial.
La heroína hizo su debut como medicamento
Años más tarde se descubrió que un gran porcentaje de heroína se convierte en morfina cuando es absorbida en el hígado. Asimismo, la adicción de esta sustancia era mucho más intensa que la de la morfina.
Bayer perdió parte de sus derechos sobre la heroína tras ser derrotada Alemania en la Primera Guerra Mundial, aunque se siguió comercializando con fines terapéuticos hasta 1924, cuando el Congreso de Estados Unidos prohibió su venta, distribución y fabricación, dando su primer paso de heroica a villana. No obstante, la heroína pudo adquirirse en farmacias alemanas hasta 1971.
En lo que respecta a España, la heroína comenzó a expandirse a partir de 1975, con la transición a la democracia. Muchas son las teorías sobre la entrada y posterior alojamiento en nuestro país de esta sustancia y sobre por qué afectó significativamente a unas clases sociales y entornos concretos, aunque esa es otra historia diferente. En definitiva, se estima que en Barcelona, en el año 1979, había 30.000 heroinómanos, lo que se traduce en un 1% de la población de esta ciudad. Asimismo, se cree que en ese mismo año el número total de heroinómanos en España se aproximaba a los 80.000. A mediados de la década de los ochenta, los estragos de la heroína, sobre la que al parecer no se sabía nada, se hicieron patentes a nivel fisiológico, psicológico y de salud. Igualmente, la aparición del SIDA y su asociación al consumo de esta sustancia terminó de estigmatizar a la que previamente fue concebida como la heroica, adjudicándole definitivamente el papel de la villana que acabó con toda una generación, tal y como ahora es recordada.
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