
De nuevo nos hacemos la pregunta “¿qué estilo educativo es el mejor y cuál es el peor?” Tras ver las posibles consecuencias de los diferentes estilos educativos, ahora parece más evidente.
Obviamente, el estilo educativo democrático es el más adecuado, ya que refuerza la autonomía, la responsabilidad, las habilidades sociales y la capacidad de solución de problemas en el niño.
El estilo educativo democrático es el más adecuado
Con respecto al estilo educativo más inadecuado, el título al más deplorable se disputa entre el negligente y el permisivo. Si ambos estilo educativos se combinan, el resultado no puede ser peor.
Paradójicamente y por desventura, en la actualidad los estilos educativos más en boga son el negligente y el permisivo.
Muchos niños educados bajo estas pautas podrán llegar a adquirir habilidades sociales y empáticas, pero por sí mismos, y nunca debido a su entorno familiar. Otros niños no serán capaces de adquirir dichas habilidades por sí mismos y sin el apoyo familiar, lo que les provocará graves problemas en la adultez.
El motivo de que estos dos estilos educativos estén en auge es multifactorial. El ritmo de vida, la organización laboral y otros factores sociales han provocado el desarrollo y extensión de estas dos tendencias.
Asimismo, existen determinadas creencias erróneas o mitos sobre la educación y los niños que poco a poco se han ido abriendo paso en la sociedad reforzando el uso de estos dos estilos educativos.
Falsas creencias sobre la educación
Existen mitos y leyendas sobre multitud de aspectos relacionados con la educación y las premisas educativas no son una excepción.
Esto incrementa la popularidad de estilos tales como el negligente o el permisivo.
Los mitos entorno a la educación fomentan la aparición de estilos educativos inadecuados
Algunas creencias erróneas sobre los niños y la educación son las siguientes:
• Los niños son más felices si se atiende a sus demandas. Falso. Esta creencia aboga porque la felicidad de los niños se basa en tener, lo que no sólo promueve el materialismo, sino que inculca una escala de valores basados en las posesiones físicas.
Por el contrario, los niños pueden valorar otro tipo de cosas que no son las posesiones en sí mismas. La demanda de estas se produce en parte porque así lo han aprendido y lo hacen dentro de una normalidad.
Las personas en general y los niños en particular nos dejamos llevar por lo denominado “deseabilidad social”, es decir, actuamos (en la mayor parte de las situaciones de modo inconsciente) tal y como se espera de nosotros.
En muchas ocasiones los niños demandan únicamente por deseabilidad social y no por deseo. No obstante, una educación basada en proveer al niño con todo lo que demanda puede desembocar en que, en la adultez, le cueste afrontar situaciones en las que no pueda obtener algo de modo rápido (de nuevo intolerancia a la frustración) y no entender el valor y el sentimiento de autorealización y de satisfacción de las cosas que se ganan con esfuerzo.
De este modo, lo material no tiene por qué ser lo que más felices hace a los niños. Un ejemplo de ello lo tenemos en el siguiente vídeo publicitario de la empresa IKEA que realizó para la campaña de Navidad de 2014:
• La familia tiene que girar en torno al niño. Falso. En generaciones pasadas, el hecho de ser padres era un acontecimiento vital más en la vida de una persona.
Los roles sociales estaban tan estructurados que el matrimonio y la paternidad formaban parte de la rutina de vida normal. Actualmente, los roles sociales no viene determinados de antemano y se eligen, así como se elige ser padre.
Esto provoca que la paternidad sea un acontecimiento vital de gran importancia y que se viva de modo eufórico.
Esta percepción sobre la paternidad puede tener dos posibles consecuencias. La primera es que se produzca una decepción en cuanto a lo esperado y la vivencia real, y lo segundo es que el niño se convierta en el centro de la vida de los padres.
En la primera consecuencia se apoya el arrepentimiento de la paternidad, y en la segunda el hecho de que la familia gire en torno al niño.
La primera situación suele dar lugar a un estilo educativo negligente, mientras que, la segunda, a un estilo educativo permisivo. En lo que respecta a esta segunda consecuencia, existe la falsa creencia de que los buenos padres anteponen las cuestiones de sus hijos frente a las suyas propias.
De este modo, se observan comportamientos tales como parar la conversación de un grupo de adultos cuando el niño va a interactuar, por ejemplo.
Asimismo, es frecuente que la rutina y la vida familiar se estructure en torno al niño, sus horarios, actividades, etc., dejando atrás otro tipo de elementos que no se consideran prioritarios.
Que la rutina y la vida familiar se estructure en torno al niño no es adecuado
El niño es capaz de percibir este tipo de situaciones, que comienza a integrar como normales. Esto puede desembocar en que, en el futuro, le cueste trabajo adaptarse a las diferentes situaciones, ya que no habrá aprendido a hacerlo porque hasta el momento eran las situaciones las que se adaptaban a él, y no al contrario.
Del mismo modo, las habilidades de interacción social se verán mermadas y podrá tener problemas de adaptación y de comunicación.
• No hay que cambiar el modo de vida por los niños. Falso. Este mito es el opuesto a la anterior y también deriva del hecho, ya comentado, de idealizar la paternidad.
Se trata de la primera consecuencia, en la que se produce una decepción entre la realidad y lo esperado. En este sentido, son muchos los padres que se niegan a abandonar sus hábitos comunes pre-paternales cuando son padres.
La paternidad supone un cambio vital y, por consiguiente, un cambio en determinados hábitos de vida. En el momento en el que el niño nace, lo padres adquieren una nueva responsabilidad y un nuevo miembro a la familia, lo que conlleva la imposibilidad de que algunas de las costumbres previas a la paternidad se continúen.
Este hecho no es negativo, dado que aunque es cierto que muchos hábitos se abandonan, se adquieren otros nuevos que pueden ser igual o incluso más satisfactorios que los anteriores.
El problema surge cuando el cambio se interpreta negativamente y no se está dispuesto a aceptarlo. Comienza pues un estilo educativo negligente en el que se deposita la menor responsabilidad posible sobre el niño.
Este mito se ve reflejado en conductas tales como acudir al cine, a pubs, bares, charlas, etc., con niños demasiado pequeños, por ejemplo. Es frecuente escuchar declaraciones como “no tengo con quién dejarlo”, “al niño no le pasa nada si viene”, etc.
En realidad, no se trata de una cuestión de manejo de horarios ni de carencia de apoyo en el cuidado del niño, sino simplemente un cambio en la actividad que impide a la madre o al padre acudir, por ejemplo, al gimnasio a determinadas horas del día, situación hipotética que no se está dispuesto a cambiar.
Los bebés no deben asistir a este tipo de lugares, aunque sea acompañados de los padres. Para un niño la percepción temporal es más lenta que para un adulto por lo que, por ejemplo, pasar noventa minutos en un bar viendo un partido de futbol puede ser una eternidad para un niño pequeño.
Estos bebés gritarán y llorarán, obviamente, debido a la desesperación de estar muchas horas en un lugar con un sonido fuerte, en el que no se pueden dormir ni mover, por lo que se angustian, sufren y declaran su agonía a través de llanto.
Asimismo, este tipo de lugares tampoco son propicios para niños más mayores, lo cuales, dado que tienen ya autonomía, seguramente den carreras o intenten jugar en el lugar. No obstante, aunque el niño se divierta, estos no son los lugares más adecuados para que los niños desarrollen sus juegos.
Otro tipo habitual de conductas paternales negligentes derivadas de este mito es, por ejemplo, salir a altas horas de la noche y dejar al niño solo en casa.
Si el niño es un preadolescente, tendrá edad de quedarse solo, pero no la tienen los niños más pequeños, que necesitan atención. Es obvio que la probabilidad de que ocurra algún accidente en la ausencia de los padres se multiplica únicamente por el hecho de que el niño esté solo.
Además, aunque no ocurra nada, es importante entender que el acompañamiento del adulto, como apego, es parte de las necesidades básicas del menor y llevarse al menor cuando se sale de noche o mientras se entrena en el gimnasio, no es acompañamiento, sino más bien una molestia para el niño.
• Los niños no tienen que saber los problemas de los adultos y si ellos tienen problemas los adultos se los tienen que solucionar. Falso. Otra falsa creencia es que hay que aislar a los niños de los problemas, ya que así son más felices. Esto no es cierto y es propio de un estilo educativo permisivo.
Los niños también tienen sus propios problemas. Aislar a un niño de los problemas u ocultárselos impide que el niño tenga conocimiento de cómo solucionarlos, ya que no verá las estrategias que utiliza el adulto para ello.
Hay que tener en cuenta que uno de los principales modos por los que un niño aprende es a través de lo que se denomina “aprendizaje vicario”, que es la repetición o imitación que hace el niño de las conductas que observa en el adulto con la finalidad de adquirir nuevas habilidades.
Si un niño ve como los adultos evitan un problema (aunque no lo eviten y lo solucionen, en presencia del niño evitan el tema) tenderá a hacer lo mismo. Esto desemboca que, en el futuro, ante los problemas, el niño ya adulto adopte un estilo evitativo y evasivo.
Asimismo, tampoco es adecuado solucionarle los problemas a los niños, dado que nunca aprenderán cómo hacerlo por sí mismos.
Cuando en la familia hay un problema, como las dificultades económicas, es una mala estrategia entramparse, por ejemplo, en un crédito para comprar un regalo caro al niño y celebrar una gran fiesta de cumpleaños y que, de este modo, el niño no perciba el problema.
Lo más adecuado en estas situaciones es decirle al niño la verdad y tener una celebración más modesta a medida de la economía familiar. Muchas personas pueden pensar que el niño no lo va a comprender, pero sí lo hará si se le explica adecuadamente.
Esto tampoco supone un trauma para el niño, ya que es más adecuado que conozca cual es la situación familiar a que ésta se le oculte y tenga que vivenciar determinadas consecuencias desagradables de la misma en un futuro, las cuales, además, también se le evitarán creando así un círculo vicioso.
Es importante que los niños comprendan que en ocasiones las cosas salen como las personas quieren, pero otras veces no, y que cuando esto ocurre lo que hay que hacer es encontrar una solución para que salgan bien.
En el caso de que el niño tenga un problema, lo más adecuado es ayudarle a resolverlo. Esto permite que el niño aprenda cómo solucionar los problemas al mismo tiempo que perciba el apoyo de los padres.
• La infancia está únicamente para jugar y el niño no tiene que hacer otra cosa. Falso. Este tipo de creencias se sustentan en un estilo educativo negligente o permisivo.
Cierto es que la infancia es la época de la vida en la que se desarrollan los juegos y que estos son fundamentales para el desarrollo del niño.
No obstante, la vida del niño no pude girar únicamente en torno a los juegos. Es adecuado que el niño tenga también una serie de obligaciones y normativas básicas que asienten unas bases de aprendizaje y de normalización, así como valores sociales.
Ejemplos de esta creencia son afirmaciones tales como “hay que quitar los deberes y los exámenes del colegio”, “al niño le mandan muchos deberes y, durante los fines de semana, no deben de hacer deberes”, etc. Los estilos educativos permisivos y negligentes tienden a actuar bajo esta misma premisa, si bien por motivos muy distintos.
Los padres permisivos entienden cualquier mínimo esfuerzo del niño como un sufrimiento para el mismo, lo cual lo interpretan como infelicidad para el menor.
Obviamente, esta creencia y actitud se ve reforzada en los padres por el mismo niño el cual, no acostumbrado a realizar tareas por sí mismo, se quejará, llorará o se lamentará en las ocasiones en las que tenga que hacer cualquier esfuerzo, por lo que los padres se sentirán más afligidos aun.
De este modo, los padres permisivos evitarán todo lo posible que el niño realice cualquier actividad que le requiera un esfuerzo, ya sea familiar o escolar, con la finalidad de que el menor sea más feliz.
Los padre negligentes, por el contrario, defienden que el niño no tenga obligaciones, porque esto implica que ellos tienen que enseñarle como hacerlas, corregirlas, etc.
De este modo, los padres negligentes no desean pasar el tiempo durante el fin de semana solventando dudas escolares a sus hijos, ni quedarse en casa porque el menor tiene deberes y material para estudiar.
Este tipo de padres considera que el niño debe aprender por sí solo y es la obligación del maestro, en última instancia, la de educar, y que con el tiempo de asistencia a la escuela es suficiente.
Tanto sea un motivo como el otro, el resultado va a ser semejante tanto en el caso de los padres negligentes como en los permisivos, y es que el niño queda, en último término, exento de normas y obligaciones.
Esto que puede entenderse como felicidad para el niño, no lo es. El hecho de que el niño tenga una serie de normas básicas familiares (hora de comer, dormir, ordenar lo que se ha desordenado, etc.) y escolares no lo hace más infeliz.
Puede ser que haya momentos en los que el niño prefiera jugar a irse a la cama, pero el hecho de acatar la norma no le va a provocar ningún perjuicio, más que la molestia de finalizar el juego, por ejemplo.
En cambio, si el niño no adquiere normas, puede que en el futuro tenga problemas sociales, laborales y de integración, lo cual sí que puede desembocar en situaciones de malestar que la persona vivencia como infelicidad. Una persona que no adquiera unos hábitos de normativas tempranos va a tener que realizar un gran esfuerzo para obtenerlos en la adultez.
Asimismo, muchos problemas que presentan adolescentes se debe a la falta de entendimiento o a la carencia de normativas básicas sociales. Es decir, la carencia de normas y esfuerzo no hace al niño más feliz pero, en el futuro, es muy probable que lo haga muy infeliz.
En este sentido, el niño tiene que jugar, salir, tener amigos y disfrutar de la infancia, pero también es adecuado que se rija por una serie de reglas de actuación y comportamiento adecuadas a su edad.
• Los padres deben ser los mejores amigos de sus hijos. Falso. Los padres son los padres, y los amigos, los amigos. Existen grandes diferencias entre familia y amigos, y una de las principales es que la primera no se elije, y la segunda sí.
Los padres deben respetar a sus hijos, e inculcarle este tipo de valores, pero también deben cuidarlos. Asimismo, los padres deben intervenir en el juego de los niños, pero esto no les convierte en sus amigos. Es beneficioso que en la relación padre-hijo exista una comunicación fluida, en la que el niño se sienta seguro y cómodo para expresar sus inquietudes y problemas, con el fin de lograr el apoyo de sus padres.
Este tipo de relación está muy alejada de la relación de amistad, la que no siempre se sustenta en el respeto, como debe sustentarse la relación paterno filial.
Es importante que el menor tenga claro la diferencia entre la familia y las amistades, lo cual le va a facilitar en mucho el desarrollo de habilidades sociales en un futuro, que le permitan aumentar sus redes de amistades.
En este sentido, es fundamental que en el marco familiar se mantengan los diferentes roles de padres, hijos, hermanos, etc. Romper este rol no sólo puede provocar la pérdida del respeto y de la autoridad, sino que también puede crear confusiones al niño y dejar abierta la puerta hacia la absoluta permisividad.
• Prohibido prohibir. Falso. Esta frase, que se adoptó como himno en la generación de las flores y que nunca fue aplicada por la misma hacia sus hijos, parece que ahora cobra popularidad en la educación de los menores.
Esta pauta es propia del estilo educativo permisivo, aunque también prevalece en el negligente. Existe una falsa creencia de que no es adecuado decirle “no” a un niño, no quedando claro si es porque el niño puede traumatizarse o porque el “no” supone un castigo verbal y el niño obedece mejor a premios que a castigos. Sea como fuere, no es cierto.
A los niños hay que decirles “no” siempre y cuando se quiera dar una negativa ante una petición, o se quiera recriminar un comportamiento.
De hecho, “no” es la palabra más adecuada que hay que utilizar con los niños, sobre todo con los muy pequeños, y esto es por lo siguiente: los niños no adquieren pensamiento abstracto hasta los 12 o 13 años. Esto significa que no van a entender bien los tabúes, las metáforas, los juegos de palabras y, en definitiva, cualquier rodeo que se les dé a la hora de expresar una negativa o una disconformidad.
Así que lo más adecuado a estas edades es comunicarle las cosas claras y concretamente, intentando evitar desdramatizaciones o condescendencias, ya que el niño no las va a entender ni interpretar bien, y es posible que vuelva a repetir la conducta problemática.
Cuando a un niño se le dice “no” no se le está ni maltratando ni traumatizando, simplemente se le da a conocer que existen algunas conductas que son buenas y otras que son malas o perjudiciales para él y/o los demás.
Utilizando este tipo de comunicación sencilla, al niño además se le inculcan nociones primarias y básicas de empatía y asertividad. Existen muchos adultos que son incapaces de decir “no”, y esto viene en parte propiciado por la falta de habilidades sociales que seguramente nunca adquirieron en la infancia.
Es posible que muchas personas crean estos mitos como ciertos. Es importante que se conozca que todas estas premisas no sólo carecen de validez, sino que pueden trastornar gravemente la educación del menor en general y la relación paterno filial en particular.
En estos casos, lo más adecuado es cambiar estas premisas por otras más válidas y seguramente más sencillas. No hay que olvidar que la educación de un niño es un continuo en el cual se producirán conductas más o menos apropiadas pero que es flexible y susceptible al cambio.
Como siempre encuentro algo nuevo en los artículos que me hacen ver la cosas con otro prisma. Muy recomendable